Museo Provincial de Arte Contemporáneo. MPAC Mar del Plata. Participante



Cómo resolver un recinto que satisfaga las complejas y cambiantes necesidades del arte
contemporáneo?, ¿y cómo combinar esto con la seductora e inevitable imagen del paisaje
marplatense?
Intentando referirnos a los interrogantes antes que a las definiciones, a las preguntas antes que a las
respuestas, nuestro proyecto fue creciendo a partir de discusiones que giraron en torno a estas dos
cuestiones: el arte de hoy y el mar.
Una roca de hormigón se presenta como una posta en un barrio residencial de casas bajas. La dureza
y solidez de este objeto contrasta con la línea horizontal de la costa y el mar. Con el paso del tiempo y
el desgaste propio del hormigón esta masa pasará a ser parte del lugar, como si siempre hubiese
estado allí; una más de las incontables rocas que encontramos en la playa.
A medida que nos acercamos una sábana de adoquines nos recibe, la gran piedra comienza a
presentar grietas y vacíos en su encuentro con el suelo, que nos permiten espiar en su interior. Las
sutiles inclinaciones de su forma dan diferentes matices según la hora del día y la posición del sol.
Un trozo de piedra (esta vez ortogonal) sale afuera como una lengua, logrando un espacio de
exposiciones al exterior e indicándonos el ingreso.
El paso de dar una propuesta desde la arquitectura al potente entorno costero se combina con la
misión que nos ocupa: dar un cobijo al arte contemporáneo.
La variedad de formas en que los artistas se expresan en la actualidad nos lleva inevitablemente a
plantear la crisis del museo tradicional. El arte contemporáneo sorprende por los tamaños, por sus
variadas formas de presentación, e incluso, a veces, por la misma falta de necesidad de tener un lugar.
Este arte se gesta en las calles, en la intimidad de la habitación del artista y hasta en internet, y llega a
nosotros a través de fotografías, conceptos, objetos, sonidos y una miríada de medios que pareciera
no tener fin.
Elevándonos lentamente por una rampa vamos teniendo un contacto visual directo con el interior.
Luego de atravesar la puerta se presenta al visitante una fuerte impresión espacial: toda la solidez
exterior se transforma adentro en un vacío, la piedra exterior es en realidad un gran cascarón. La
ausencia de columnas mediante un techo apoyado en los laterales acentúa aún más esta sensación.
Tampoco encontramos al ingresar un espacio estático tradicional que nos reciba; el hall se despliega
en dos posibilidades:
Por un lado, bajando por la misma rampa que ingresamos encontramos una espacio silencioso, pero a
la vez de una fuerte conexión visual con plaza; este espacio es un lugar de espera, un foyer para el
cine, sirve de articulación para la parte pública del programa y se presenta como un interesante recinto
para exposiciones eventuales, a la vez que sirve de vínculo para la futura ampliación.
Por otro lado el hall se expande de manera dinámica, como una ancha rampa, que es a la vez un
mirador al mar y nos va permitiendo ver poco a poco parte del interior del museo.
Las salas de exposición se piensan como una barranca por la cual vamos ascendiendo en busca del
arte, el piso de madera aporta calidez al gran espacio de hormigón, a la vez que nos devuelve una
referencia a la pequeña escala, con su tamaño de entablonado.
Ante la creencia de que un museo de arte contemporáneo debe tener como principal meta la
flexibilidad, las salas se proponen sin división permanente, de este modo nos permite la apreciación de
objetos de gran tamaño, la posibilidad de observar una performance desde diferentes puntos de vista y
la eventual propuesta de recorridos alternativos mediante paneles de división transitorios, en el caso
de una exposición itinerante.
Una vez que alcanzamos elevarnos hasta la última sala, nos damos vuelta para apreciar un espacio
sin límites, una gran barranca natural (el propio museo) y más atrás la arena inclinándose suavemente
para recibir el agua del mar.
Una última escalera nos eleva a un patio de esculturas elevado, que ya podíamos apreciar desde el
ingreso. Desde aquí tenemos una última perspectiva de todo el interior del espacio.
Por último el ascensor nos vuelve a conectar desde el patio con el comienzo de la sala de
audiovisuales.
Antes de volver a bajar por el hall para irnos descubrimos el bar donde una raja de vidrio nos vuelve
conectar con el paisaje, y al bullicio propio del lugar se le suma una postal urbana ya conocida, el perfil
de la ciudad de mar del plata.
Arquitecta María de Luján Scalona
Arquitecta Romina Di Lorenzo
Damian Plouganou
Ingeniero Esteban Fernández
Museólogo Raúl Adrián Ramírez
Colegio de Arquitectos de Rosario, Santa Fé.

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